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El oro de Moscú

7 de diciembre de 2020
in Archivo
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Un día de octubre de 1919 discretamente llegó Mijail Borodin a México. En aquel año lejano este país vivía una revolución, que había desatado fuerte energía social con la participación de obreros y campesinos; no obstante, declinaba el primer gobierno constitucional que, encabezado por Carranza, ya había ejecutado fuerte represión a dos huelgas generales, incluyendo la disolución de la Casa del Obrero Mundial; el asesinato del general Emiliano Zapata estaba fresco y Álvaro Obregón andaba en plena campaña opositora. En este turbulento contexto llegaba Mijail Borodin como hombre de negocios o diplomático, según conviniera, cuando en realidad se trataba de un agente ruso, un representante de la Internacional Comunista (IC) enviado por Lenin a México. ¿Quién era ese misterioso personaje y a que venía a nuestro país? Borodin, cuyo verdadero nombre Mijail Markovich Gruzenberg, era un judío ruso que desde 1903 había militado en el movimiento obrero socialista y en el partido de Lenin. Participó en la frustrada revolución de 1905,  fue detenido por el gobierno zarista y tuvo que emigrar en 1906 hacia los Estados Unidos, vivió en Chicago y se afilió al Partido Socialista norteamericano. Tras la revolución bolchevique regresó a Rusia en 1918 y se incorporó al secretariado de la IC o Comintern, constituida en marzo de 1919.  Su buen manejo del inglés y del ruso, y algo del español, entre otros idiomas, fue considerado para la misión que le confiaba la Comintern. También influyó su experiencia en el comercio y negocios internacionales, adquirida cuando trabajó en la Unión Americana como representante de la “Railways Interest of the Rusian Government in the United States”. Además, Borodin conocía bien a la izquierda norteamericana, y en Moscú estableció muy buenas relaciones con el consulado mexicano, que llegó a utilizar para introducir clandestinamente agentes de la Tercera Internacional en Alemania y para dotar de sellos o pasaportes a comunistas extranjeros. El mismo Mijail tenía un pasaporte mexicano que usaba para viajar por Europa. Nuestro interesante personaje salió de Rusia en abril de 1919 rumbo al nuevo mundo, tocó varios lugares antes de llegar a Nueva York y estar breve temporada en Chicago. Los servicios de inteligencia británicos le seguían la pista y las oficinas de seguridad, migración y justicia norteamericanas lo vigilaban; Borodin logró escabullirse y trasladarse a México, a donde llegó en octubre con dos propósitos: primero, sentar base para el trabajo revolucionario de la Comintern en este país y desde aquí influir en América Latina – téngase en cuenta que en ese tiempo, la Internacional Comunista promovía la revolución mundial –, por tanto, era necesario unir a los dispersos socialistas de izquierda y comunistas en un solo partido y lograr que enviara delegados al segundo congreso de la IC que iba a celebrarse en Moscú a finales de 1919; y segundo, generar condiciones adecuadas para que México estableciera pronto relaciones comerciales y diplomáticas con la Rusia Soviética, que entonces luchaba en todos los frentes por consolidarse. El largo periplo y estancia durante dos meses y medio de Borodin en la capital mexicana están documentados por testimonios e informes de varios contemporáneos suyos como el norteamericano Richard F. Phillips (alias Frank Seaman o Manuel Gómez), el hindú Manabendra Nat Roy y los mexicanos José Allen y José C. Valadez, todos militantes del PCM;  luego por estudiosos e historiadores del comunismo mexicano, como Barry Car, Arnoldo Martínez Verdugo y Paco Ignacio Taibo, que construyeron sus textos basados en aquellas y otras fuentes primarias. Pues con la intervención de Mijail Borodin – primer emisario de la Comintern en México – el grupo dirigente del Partido Socialista Mexicano (apenas constituido en septiembre) decidió adoptar el nombre de Partido Comunista Mexicano (PCM) el 24 de noviembre de 1919 e incorporarse a la Tercera Internacional. Mijail Borodin traía nombramiento de cónsul general de la República Socialista Federal Soviética y fue por tanto, el primer diplomático bolchevique en establecer contacto con el gobierno mexicano. Tuvo entrevistas con el presidente Carranza y también con Hilario Medina, ministro de Relaciones Exteriores; además se reunió por separado con Felipe Carrillo Puerto y con el general Francisco J. Múgica. Pero, más allá de lo relevante de esas actividades del enigmático enviado, su fama se convirtió en legendaria por una sorprendente anécdota: Borodin traía de Rusia una maleta con doble fondo, donde escondía un lote de joyas (que habían pertenecido a la esposa del Zar) con alto valor económico; algunas fuentes dicen que valían medio millón de dólares, otras, lo extienden hasta el millón; lo cierto es que era mucho dinero. Ese recurso estaba destinado a financiar la oficina soviética de negocios internacionales, instalada en Nueva York; y también para impulsar el trabajo organizativo de la Internacional en México y América Latina. El problema fue que dicha maleta se perdió en el camino. Al parecer, Borodin había logrado vender una parte de las joyas en Holanda y llegó con el resto a Santo Domingo, o tal vez Haiti, en uno de estos lugares encargó a otra persona la maleta antes de dirigirse a Nueva York, porque los servicios de inteligencia le pisaban los talones. El encargado –un aristócrata austriaco conocido en el viaje o un “amigo alemán” se dice – nunca envió la maleta a la esposa de Borodin que vivía en Chicago, como se lo había pedido el propietario. Este incidente fue conocido en México, particularmente en los círculos políticos y en medios de la izquierda. Borodin trató de recuperar la famosa maleta y tuvo para esto el apoyo de sus amigos comunistas; Phillips o Frank Seaman, tal vez sin saber el contenido, se trasladó –“pistola en mano”- hasta La Habana y después a Santo Domingo y Haiti en busca de ella y de un anterior enviado que no regresaba. Seaman trajo a éste y la maleta, con tan mala suerte que el doble fondo había sido abierto y su contenido desaparecido. Dice Taibo en Bolshevikis. Historia narrativa de los orígenes del comunismo en México (1919-1925): “Sobre el destino de la joyas nuevamente las versiones discrepan. Mientras unos las dan por perdidas, otros las hacen aparecer en manos de la policía de La Habana que se las quitó a un “bolchevique ruso” y otros señalan que meses más tarde llegaron a Chicago a manos de la señora Borodin quien las remitió al Partido Comunista norteamericano. Si las joyas tenían como objeto financiar la revolución comunista en América Latina, nunca cumplieron su objetivo.” Probablemente este “affaire” que comentamos constituya el arranque de la leyenda negra sobre el supuesto “oro de Moscú” y el financiamiento en rublos para los comunistas y la izquierda en América y el resto del mundo; innoble instrumento estigmatizante del anticomunismo y las derechas, más en los tiempos de la “guerra fría”. Lo cierto es que, aún sin “las joyas de la zarina”, Mijail Borodin cumplió su cometido: el Partido Comunista Mexicano, no fue el primer partido de este tipo fuera de Rusia como dice M. N. Roy, pero si el primero en constituirse en América Latina (1919); y México sería en 1924 – durante el gobierno de Obregón – el primer país del continente americano en reconocer al Estado Soviético e iniciar relaciones internacionales con él. Memorable episodio de nuestra historia diplomática.

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