En memoria de Israel Aguilar Guevara, por su amor a la universidad
Soy hija de distintas universidades. Lo digo así, pensando en la voz latina “alma mater” que significa “madre nutricia”, las fuentes donde bebí el agua vivificante del conocimiento. Después de mi familia, donde me he alimentado siempre de lo esencial, las instituciones educativas han dejado en mí una huella profunda que nunca podría agradecer lo suficiente. En ese contexto dos universidades han sido fundamentales. Primero, la Universidad Autónoma de Tamaulipas, a la cual llegué de quince años a estudiar preparatoria y donde después estudié mi carrera de ingeniería con inolvidables experiencias y aprendizajes.
Me ha tocado también estudiar cursos y diplomados en otras universidades nacionales y extranjeras donde mucho aprendí y disfruté de las lecciones adquiridas. Pero no fue hasta mi llegada a la Especialidad en Historia de México y a la Maestría en Historia cuando realmente sentí dentro una transformación profunda a través del conocimiento impartido. Un proceso maravilloso producto de un convenio entre nuestra universidad tamaulipeca y la máxima casa de estudios del país. Con un plan de estudios extraordinario, diseñado por personas notables en los institutos de investigaciones históricas de ambas instituciones, lo más significativo fueron las clases impartidas por los maestros de la UNAM quienes llegaban cada quincena a Victoria para darnos el maná de su impresionante saber y cambiar sin imponer nada, nuestra forma de ver el mundo y su historia.
No exagero. Acceder a las lecciones de los mejores historiadores del país fue una experiencia profundamente transformadora para la mayoría del grupo. Profesores con altísimo nivel académico, pero especialmente seres luminosos, dotados con una sensibilidad, humildad y generosidad ejemplares. No podría nombrarlos a todos aquí, pero cada uno de ellos dejó su huella en nosotros. Entre esa brillante pléyade estaba un joven que es ahora rector de la UNAM, Leonardo Lomelí, quien nos mostró como docente su impactante conocimiento y una sorprendente capacidad de transmisión del saber. Hace unos días leí su mensaje de bienvenida a 373 mil estudiantes y una vez más me impresionó su talento académico y político. Enfatizando el papel de la universidad nacional como un catalizador de movilidad social, se refirió con estadísticas (además de historiador es economista), acerca de las oportunidades que genera la universidad en la vida de los estudiantes, especialmente cuando la mayoría llegan de familias de bajos ingresos y sus padres en un gran porcentaje no tuvieron acceso a la educación superior.
Un mensaje potente en un rector que sabe bien que la transformación de una sociedad va de la mano de una educación de calidad. Las 302 mil becas de apoyo lo demuestran con hechos. Y lo más significativo para mí en las palabras de Leonardo Lomelí fue cuando reiteró el sentido de toda universidad: respeto a la pluralidad de ideas, fomento del diálogo, cultivo a la libertad de pensamiento, respeto a la diversidad, ética profesional y búsqueda rigurosa de la verdad. Esos principios nos enseñaron hace ya 25 años nuestros profesores en aquel proceso único hasta ahora en Tamaulipas. Honrarlos es nuestro compromiso. La UNAM salió de sus claustros y nos envió lo mejor de su cátedra en historia, no para quedarnos con el aprendizaje, sino para compartirlo.
Después del significativo proceso académico con la UNAM, mi otra alma mater; llegué de nuevo a las aulas hace más de quince años, esta vez como profesora en la carrera de Historia y Gestión del Patrimonio Cultural en la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades de nuestra Universidad Autónoma de Tamaulipas. Una de las experiencias más significativas en mi vida y en la cual he puesto todo mi empeño para devolver algo de lo mucho aprendido. Y como en toda escuela, me ha tocado encontrarme ahí con mucha gente valerosa. Israel Aguilar Guevara entre ellos. Buen profesional, muy popular entre los estudiantes, distinguido siempre por su sonrisa y espíritu de servicio. Los pasillos de la facultad están impregnados de su alegría. Alguien que como buen universitario siempre aprendía, aun de lo adverso. Documentando hasta el vuelo de las mariposas sobre la escuela, Israel, mejor conocido como Maicol, logró acopiar en décadas un archivo fotográfico muy importante para nuestra universidad. Un legado para la historia sin duda.
Hace unos días el cielo llovió tras la noticia de su muerte. Una esquela en redes, muchos comentarios y el dolor profundo de saber que ya nunca más tendríamos esas bellas imágenes cargadas de esperanza en su diario saludo virtual. Cuando supe de su adiós a la vida, no pude evitar recordar su lamentable despido de la facultad hace unos años. Una injusticia devastadora para Maicol y aun cuando siguió sonriéndole a cada despertar, llevaba siempre una tristeza en su alma. Había perdido el universo que daba sentido a su vida. Vinieron después las complicaciones de su enfermedad crónica, perdió el seguro social y su corazón fue también perdiendo fuerza. Sus buenos amigos lo sostuvieron en la adversidad. La última vez que lo vi, todavía expresaba la esperanza de volver a la facultad. Dicen que después de revisar su caso, había llegado la justicia y fue reinstalado a la universidad. Pero ya no pudo cumplir el sueño de caminar bajo los árboles de su amada facultad.
Pese a todo, Maicol nunca albergó odio en su corazón. Su ejemplo de amor a la universidad, su lucha en la adversidad, su franca sonrisa; nos acompañará siempre. Descansa en paz compañero, ni la injusticia ni los dolores volverán a tocarte. Tu esencia permanece ahí donde fuiste feliz.
(LG/AM)