Han pasado once años desde la noche del 26 de septiembre de 2014, cuando el Estado mexicano decidió desaparecer a 43 jóvenes normalistas de la Escuela Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa. Once años desde que el priismo de Enrique Peña Nieto mostró su rostro más brutal, autoritario y represor. Aquella noche no sólo fueron desaparecidos estudiantes; fue ratificada también la confianza en un régimen que, una vez más, demostró que su prioridad no era el pueblo, sino la impunidad y el silencio.
Muchos recuerdan aquella escena vergonzosa del entonces procurador Jesús Murillo Karam pronunciando las palabras “Ya me cansé”. Pero ese cansancio nunca fue suyo. El cansancio era el hartazgo profundo del pueblo mexicano frente a un sistema podrido que protegió a los culpables, criminalizó a las víctimas y manipuló la verdad. Era el grito contenido de miles de madres y padres que llevavan más de una década buscando a sus hijos. Era el dolor colectivo de una nación que se negó a aceptar la mentira de la “verdad histórica”.
Cuarenta y tres días después de aquella noche, junto a compañeras y compañeros de todo Tamaulipas, realizamos en Ciudad Victoria una huelga de hambre simbólica de 43 horas. Fue un acto de solidaridad, pero también de rebeldía. Lo hicimos para recordarle al poder que no olvidamos, que no perdonamos y que la dignidad de un pueblo organizado es más fuerte que cualquier intento de silencio.
Desde entonces, he acompañado la lucha por la justicia, incluso en procesos que buscan llevar ante los tribunales a expresidentes y funcionarios responsables, porque en un país democrático no puede haber impunidad. No se trata de revancha, sino de memoria y de verdad. Porque solo cuando todos los responsables —sin importar el cargo que hayan ocupado— sean juzgados, podremos hablar de justicia.
La lucha por Ayotzinapa es también la lucha por la emancipación del pueblo mexicano. Es la exigencia de que nunca más un gobierno utilice el aparato del Estado para desaparecer, reprimir o silenciar. Es la convicción de que la justicia no se mendiga: se conquista.
Hoy, once años después, seguimos aquí. Firmes, indignados, pero también llenos de esperanza. No permitiremos que el horror se repita. No dejaremos que el crimen de Ayotzinapa quede en el olvido. Y no descansaremos hasta encontrarlos.
Porque nuestra lucha es por ellos, por sus familias, por todos nosotros.
Porque hasta que la dignidad se haga justicia, seguiremos de pie.