No toda violencia se mide en golpes. Hay una violencia más sutil, menos visible, pero igual de hiriente: la psicológica. La que descalifica, la que siembra miedo, la que busca reducir la autoestima de la persona agredida para mantenerla bajo control. Y esa violencia, tan común en los hogares donde un hombre pretende anular a una mujer, se refleja hoy en la relación que el presidente Donald Trump ha decidido emprender con México y con nuestra presidenta Claudia Sheinbaum.
Pensemos en una mujer de 63 años, profesionista, formada, con méritos propios y reconocimiento de su comunidad. Una mujer que combina con éxito su vida familiar, profesional y social. Una mujer atractiva, con carácter, con proyectos. Pero en casa, el hombre que comparte su vida no se cansa de repetirle que en el fondo “tiene miedo”, que “no piensa con claridad”, que “no controla nada”. Frente a otros, presume ser proveedor y protector; en privado, amenaza con quitarle a los hijos, con suspender el apoyo económico, con exponerla como incapaz. Ella, para evitar conflictos, intenta suavizar los desencuentros y habla de cordialidad, aun cuando sabe que esa relación es profundamente desigual.
Así actúa Trump frente a México. De un lado, reconoce avances en la cooperación bilateral: migración, combate al narcotráfico, control de flujos financieros ilícitos. Habla de una coordinación como nunca antes. Pero casi de inmediato lanza dardos envenenados: descalifica a la presidenta por “miedosa”, dice que México no controla su propio territorio, amenaza con enviar tropas estadounidenses si no se aceptan sus condiciones. Es la misma dinámica del agresor psicológico: primero un halago, luego la descalificación y finalmente la amenaza.
Nuestra presidenta, con cautela, insiste en la cordialidad de la relación, en que Trump ha sido menos severo con México que con otros países, en que el comercio con Estados Unidos es vital para nuestra economía. Y es cierto: el 15% de lo que importa Estados Unidos su origen es México. Pero, ¿hasta cuándo se puede mantener una relación bajo chantaje?
Al igual que la mujer encuentra en las organizaciones sociales y colectivos un espacio de apoyo y alternativas de solución, México debe reconocer que su fortaleza no puede residir en un vínculo desigual con un poder que lo trata como inferior. El futuro exige buscar alianzas en espacios internacionales que promuevan un nuevo mundo multipolar, no subordinado a un solo país. BRICS y la Organización de Cooperación de Shanghái representan esa posibilidad: una comunidad global que rechaza imposiciones y que busca la cooperación sobre la base de la soberanía, el respeto y la autodeterminación de los pueblos.
El mundo no puede seguir siendo gobernado por la amenaza de uno solo. México tampoco puede seguir actuando como la mujer que soporta en silencio la violencia psicológica en nombre de la paz en casa. Es momento de reflexionar, de buscar alternativas, de decir con claridad que el respeto no se ruega: se exige y se conquista en la lucha.
Porque solo con la unidad y la cooperación de los pueblos podremos garantizar un desarrollo justo, pleno y permanente. Y porque la violencia —sea doméstica o geopolítica— no se combate con silencio, sino con dignidad.
*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea ideológica del Partido del Trabajo.
(AC/AM)