Sepan pues que nada hay más alto, ni más fuerte, ni más sano, ni más útil que un buen recuerdo.
F. Dostoievski
Nunca se ha visto morir a un naturalista, dicen por ahí. Nadie que alguna vez cuidó un jardín se va del todo. El polvo vuelve al polvo, pero también se hace flores y vuela entre los pájaros esparciendo la semilla. En el jardín queda la esencia, en los árboles la palabra amor diría el poeta, en cada brizna de hierba la infinita memoria de quien amó la vida. En eso creo. En eso pienso ahora que Sergio Guillermo Medellín Morales dejó la residencia en la tierra, por la cual tanto trabajó. Y duele profundamente, no sólo por amistad, sino también por la falta que le hacen personas como él a este mundo colmado de sinrazones.
Ha sido muy triste en estos días despedir a gente buena, valiosa. En el caso de Sergio, una noticia inesperada, un golpe para muchos corazones, un vacío difícil de llenar en la conservación ambiental, el trabajo comunitario, el amor a la naturaleza. Un ecologista con una formación académica como muy pocos en Tamaulipas: Licenciado en Pedagogía, Profesor de Educación Artística, Ingeniero Agrónomo Fitotecnista con Maestría en Ciencias en Ecología y Manejo de Recursos Bióticos y candidato a Doctor en Biología; Sergio además cursó 24 diplomados en diversos temas como Gobierno Municipal y Participación Social, Turismo de Naturaleza, Observación de Mariposas, Restauración de Ecosistemas, Cultura Ecológica, Desarrollo e Intervención Comunitaria, Manejo y Administración de Áreas Naturales Protegidas, Cultivo de Orquídeas, Diseño, Construcción y Manejo de Jardines Botánicos, Autoestima en el Trabajo Comunitario, Elaboración de Estudios de Impacto Ambiental, Técnicas y Metodologías Comunitarias con Enfoque de Género, entre otros.
Y la trayectoria de Sergio Medellín no se quedaba en lo académico. Ocupó cargos directivos importantes, especialmente en el tema ambiental en los sectores gubernamental, privado y universitario, pero igualmente trabajó como coordinador del programa de migrantes e investigador en los estados de Chiapas, Veracruz, Nuevo León y Yucatán, así como en la Universidad de California y en Andalucía España. Por todo ello, fue reconocido con prestigiados premios y reconocimientos, el Premio Nacional al Mérito Forestal, uno de ellos, además fue representante de nuestro México y ponente en congresos de diversos países. Por si fuera poco, dejó más de 75 publicaciones científicas, de divulgación y capacitación comunitaria y cientos de participaciones en impartición de cursos, conferencias, elaboración de guías y coordinación de proyectos ecológicos.
Pero ni sus premios, ni sus puestos públicos, ni sus títulos académicos, fueron tan significativos como su trabajo comunitario en diversos estados, especialmente en la Reserva de la Biósfera El Cielo, donde fundó y asesoró organizaciones y cooperativas que promoviendo la conservación, buscaron también la mejora de la vida en las comunidades ahí asentadas. Porque Sergio sabía bien que ningún programa conservacionista tiene sentido sin el bienestar y la colaboración de las comunidades residentes. A ello entregó su vida por décadas a través de la organización Terra Nostra, fundada y coordinada por él, pero siempre sustentada en el consenso y el respeto a la cosmovisión de los habitantes de la Biósfera El Cielo.
Conocí a Sergio Medellín hace más de 30 años, justo cuando acababan de fundar Terra Nostra y desde la primera conversación pude ver en sus proyectos algo genuino, sustentable. Supe además que aparte de sus muchos conocimientos, era una buena persona. En ese tiempo, me regaló un libro amarillo que aún conservo, donde se recrean los métodos, diagnósticos y estrategias planteadas en el proceso comunitario del ejido Alta Cima en la Biósfera El Cielo. Con los principios de participación y alianzas interinstitucionales, el sueño se convirtió en floreciente realidad con resultados evidentes. Las sonrisas de los lugareños lo decían todo. Autoestima, pertenencia y orgullo reafirmados mediante un trabajo extraordinario donde el diálogo fue central. Así aprendieron e igualmente enseñaron. Y contaron sus historias buenas y terribles porque vivieron escasez, depredación e incendios devastadores que afectaron enormes extensiones de tierra. Aun así, pese a las adversidades, muchos de ellos se quedaron en su pedazo de Cielo porque lo aman, porque ahí han construido su vida y les costó bastante esfuerzo.
No todo es paraíso en la reserva. Sergio lo sabía, por eso siempre escuchó, apoyó y acompañó a las comunidades, construyó buenos recuerdos junto a ellos. A las mujeres por ejemplo les ayudó en la creación de una cooperativa para hacer y vender productos diversos. Con los niños compartió arte. Y contribuyó a la calidad de vida de los lugareños con procesos tendientes a mejorar salud, educación, vivienda, abasto de alimentos y agua, recreación y fuentes de trabajo. No me alcanzaría ningún espacio para agradecerle y expresar la trascendencia de sus acciones en la reserva. La noticia de su muerte llegó como un rayo en medio del Cielo. Yo me enteré por la publicación de una amiga residente en Gómez Farías. Muchos ahí lamentaron la partida de un naturalista excepcional. El hombre que amaba la biósfera, uno de los pioneros en el trabajo de su conservación, quien hace unos días voló alto, junto a las “águilas elegantes”, que despliegan sus alas en ese nuestro Cielo fascinante.
Sergio Medellín Morales permanece en ese su Cielo amado. Florecerás cuando todo florezca, digo con Sabines: lloverás en el tiempo de lluvia, harás calor en el verano, harás frío en el atardecer. A nosotros nos deja su ejemplo, su corazón generoso. ¡Hasta siempre al hombre que amaba la biósfera!
(LG/AM)