Todo depende del cristal con que se mira. Cuando Donald Trump amenazaba con imponer aranceles de hasta el 35 por ciento a productos mexicanos, las autoridades de nuestro país lo presentaban como un golpe que en realidad afectaría más a los consumidores estadounidenses. Era un argumento de resistencia: ellos pagarían más caro lo que compran a México, y por tanto, la amenaza resultaba contraproducente para el propio mercado norteamericano.
En aquel momento, se celebró como un triunfo en la negociación lograr pausas de hasta 90 días para confirmarlos. Pero hoy, el escenario parece invertirse. Desde la Secretaría de Economía, Marcelo Ebrard defiende que México suba los aranceles al máximo permitido por la Organización Mundial del Comercio (OMC) como una medida para proteger la industria nacional. El discurso suena firme, incluso soberano. La pregunta es: ¿tenemos realmente una industria nacional automotriz y de bienes estratégicos lo suficientemente sólida como para ser protegida?
Si los bienes importados, aún con estos aranceles, siguen siendo más atractivos en precio y calidad que los nacionales, ¿quién será el verdadero afectado? No serán los grandes consorcios, sino el consumidor mexicano que enfrentará incrementos en productos básicos y en bienes duraderos.
Aquí aparece lo que yo llamo el “virus trumpiano”: creer que la solución está en los aranceles, cuando lo que en verdad se requiere es una política industrial de largo plazo. México necesita dejar de ser simple maquila y convertirse en un país con industria propia, apoyada en la investigación científica, en la formación de técnicos e ingenieros, en inversión productiva mixta —pública y privada— que exija transferencia y desarrollo de tecnología.
Lo contrario es caer en espejismos: aranceles que parecen medidas de soberanía, pero que en el fondo podrían terminar debilitando el bolsillo del pueblo. La protección comercial no sirve si no se construye la base de lo que se dice proteger.
La historia nos recuerda , como lo explica magistralmente Eduardo Galeano en su escrito : Cómo pudimos que en un fragmento dice: «…¿No habremos sido capaces de sobrevivir, cuando sobrevivir era imposible, porque supimos defendernos juntos y compartir la comida? …» de ahí la necesidad de una estrategia industrial que permita construir relaciones comerciales con otros países, no de competencia, sino de cooperación y solidaridad internacional.