Los más desgraciados no son los que sufren las injusticias, sino los que las cometen
Montesquieu
No es que sean malos, son infelices; solía decirnos una maestra cuando se comentaba algo acerca de quien había cometido un hecho reprobable. Y lo mismo era para un criminal o un funcionario corrupto y hasta para alguien quien con sus palabras dañaba a otras personas. Son desdichados, señalaba: gente llena de amargura. La he recordado hace unos días al ver el estudio de una universidad acerca de la infelicidad y el poder. Con análisis de casos reconocidos de políticos, empresarios, capos de las mafias y otros poderosos; los especialistas concluyeron que hay una relación directa entre poder y desdicha. Y esto repercute por desgracia en la sociedad.
En algunos casos con infancias atormentadas, algunos afectados gravemente por males crónicos, otros enfermos de poder y algunos más insatisfechos siempre, constantemente ambicionando más y más de lo obtenido. Y aun cuando gran parte de los poderosos, declaran sacrificar su felicidad en aras de la felicidad de su gente, la historia nos demuestra que en su mayoría ni lograron la felicidad de sus pueblos, ni la suya tampoco. Ejemplos sobran de hombres poderosos profundamente desdichados. El dictador italiano Benito Mussolini por ejemplo, padeció desde joven una tremenda úlcera duodenal motivada por sus estados de ánimo, más tarde le llegó una brutal depresión que le hizo perder la cuarta parte del peso de su cuerpo en pocos meses y el final de su vida fue escalofriante: agobiado por las derrotas, terminó capturado, ejecutado y exhibido colgado de los pies junto a su pareja.
El súper poderoso Hitler también acumuló desgracias. Miembro de una familia disfuncional, fue considerado un sicópata neurótico que rozaba la esquizofrenia, según los médicos que lo han estudiado. Un hombre que ni en el clímax de su carisma y poderío se sintió pleno, mucho menos feliz. Algunos especialistas especulan con su “monorquidia” para explicar su atormentada personalidad. Tener solamente un testículo debió hacerle desdichado de alguna manera y eso repercutía en su ser y hacer, incluso en su afición a las perversiones sexuales. En 1944, una explosión le rompió los tímpanos y le perjudicó gravemente el sentido del equilibrio, pero además aumentó su paranoia y su hipocondría. Tras la explosión, Hitler empezó a usar cocaína de manera habitual y sus estados de ánimo afectaron sus decisiones. Ya ustedes lo saben: terminó suicidándose en su búnker junto a su pareja sentimental. Y nada lo exime, ni muerto, de su responsabilidad en la muerte de millones inocentes.
También en la historia reciente existen trágicas historias que revelan estados de infelicidad profunda en poderosos gobernantes. Hace unos años, Roh Moo-Hyun, quien había fungido como presidente de Corea durante más de cinco años, se lanzó al vacío desde lo alto de una montaña rocosa, justo cuando era investigado por graves delitos. La desdicha no perdona. En las filas del crimen organizado también se cuentan historias escalofriantes en las que la venganza toma forma para dar y darse muerte entre familias casi siempre disfuncionales donde crueldad e infelicidad van de la mano. El disparo en la cabeza que concluyó con la vida del muy poderoso capo Pablo Escobar en 1993, sigue siendo un enigma. Lo que aseguran quienes han analizado su trayectoria delincuencial, es su vivir atormentado, su desasosiego permanente, su paranoia cotidiana.
En nuestro país ejemplos sobran, actuales y pasados. Presidentes y gobernadores, quienes después de gozar las mieles, sufrieron pavorosas amarguras. Díaz Ordaz por ejemplo, quien padeció dolores y enfermedades terribles, antes de morir a los 68 años. Nadie escapa a su conciencia. Y aun cuando la impunidad es la constante, mucho se habla de la depresión, miedos y culpas en la mente de los poderosos, así manden un país o un pueblo. Algunos incluso, terminan en cárcel, suicidio o asesinato. De los emperadores romanos se cuenta su terror a ser envenenados o asesinados y en gobernantes actuales mucho se habla de ese mismo pavor, incluso provocando paranoias y enfermedades. Se comenta además que los súper poderosos de nuestro tiempo, despiadados, temidos por millones; temen ellos también, especialmente a la muerte. Por eso viven armados hasta los dientes. Así pues, si usted pensaba en el poder como pasaporte a la felicidad, demasiadas biografías nos demuestran lo contrario. El poder pasa factura tarde o temprano.
Por desgracia seguimos viendo a muchos ejerciendo ese poder destructor. Pero aunque usted no lo crea la historia da cuenta también de buenos ejemplos entre los poderosos. En los gobernantes, tal vez los Antoninos fueron como decía bien el gran historiador Edward Gibbon, quienes protagonizaron “la época más feliz de la historia de la humanidad”. Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pío y Marco Aurelio, los emperadores de origen hispano, denominados por el mismísimo Maquiavelo como “los emperadores buenos”. Un momento histórico excepcional. Buenos gobiernos, eficaces y sensibles con obras y acciones trascendentes.
En fin. La historia se sigue escribiendo cada día. Tal vez la desdicha siga abriéndose paso, pero la esperanza es un escudo. Ya lo dijo Kierkegaard: la puerta de la felicidad se abre hacia dentro.
(LG/AM)