El niño que no sea abrazado por su tribu, cuando sea adulto, quemará la aldea para poder sentir su calor.
Proverbio africano
No lo digo yo. Es un tema doloroso al que mucho se le saca la vuelta. Diversos estudios están advirtiendo acerca de la multiplicación de las enfermedades mentales en la población mundial, especialmente en los jóvenes. Las estadísticas son escalofriantes. La Organización Mundial de la Salud señala que uno de cada siete jóvenes padece algún tipo de trastorno mental. 63 % de incremento en adultos jóvenes en los últimos años. Y en adultos mayores tampoco hay cifras esperanzadoras. Veinticinco por ciento más que hace diez años. Tristeza, miedo, ira, ansiedad, son algunas de las manifestaciones. Cambios de humor, pensamientos negativos, ataques de pánico, insomnio. Y por desgracia también olas crecientes de violencia exacerbada derivadas de tales trastornos.
Mucha gente se niega a aceptarlo, atenderlo, a dimensionar el daño personal y social de los citados males que parecieran una pandemia por los millones de casos. Algo en extremo doloroso, pero todavía estigmatizado, ignorado. Hablar de las causas es aún más complejo. Se mencionan las pérdidas, los abusos, la soledad, las enfermedades, el abandono, falta de empleo, violencia y más violencia. Muchas veces hasta en los que parecen más felices hay heridas sin confesar. Ni los más sesudos especialistas han logrado descifrar los laberintos de la mente humana. Se ha investigado mucho, pero cada cabeza es un universo y nunca podremos adivinar lo que cada quien piensa y siente. Ni siquiera en nuestros seres más cercanos. Recuerdo el caso de una amiga que nunca supo de la depresión de su esposo hasta el intento de suicidio.
Entre las investigaciones se ha logrado detectar que el aumento de los trastornos en el mundo también está vinculado con el uso excesivo de las redes sociales y el estrés económico, ese afán desmedido por tener y consumir. Nadie podría negarlo. Todos estamos de alguna manera enredados, atrapados por las pantallas y sus flashazos infinitos. Enredados. Sometidos a los dictados de las llamadas redes sociales y cada vez más perdidos de lo esencial. De cinco a siete horas del día se calcula el tiempo en las pantallas. En algunos jóvenes llegan a 8 horas y más. Lo que está ocasionando, no sólo desatención a la vida real, sino también desconexión humana, obesidad, depresión, además de tendencias violentas y suicidas. Algunas inducidas por las redes.
La reciente tragedia sucedida en la universidad nacional es solo un ejemplo entre muchos. El brutal asesinato de un joven perpetrado por otro joven es un reflejo más de la creciente, dañina y muy dolorosa violencia estructural que está afectando gravemente a nuestra sociedad. El joven asesino, identificado como Lex Ashton había planeado detenidamente su ataque, incluso publicó anteriormente en sus redes sociales la posibilidad del “baño de sangre” en imitación a otros agresores. El 22 de septiembre, dentro de las instalaciones de su plantel, hirió con saña a su compañero para matarlo con un arma tipo guadaña. Hasta escribirlo duele. La víctima tenía 16 años y muchos sueños por cumplir. El victimario, de 19 años, ha sido descrito como un joven atrapado en la soledad y el resentimiento, depresivo y vinculado a movimientos extremistas difundidos en las redes sociales. Duele pensar en las familias de ambos. Duele pensar que muchos padres prefieren voltear a otro lado aun cuando están viendo de cerca los síntomas, las conductas desde niños, las llamadas de auxilio, de atención hechas por sus hijos.
Y luego está otra estadística sorprendente. Los jóvenes practican cada vez menos sexo. Incluso si están casados o tienen pareja estable. Un estudio reciente reveló que la caída entre las relaciones sexuales llegó hasta 30% y más todavía en los jóvenes quienes confiesan que no les importan tanto. En los últimos años también ha bajado notablemente la frecuencia en todos los rangos de edades. Pero sorprende más en la juventud. Algunos estudiosos ya hablan de una “recesión sexual” por el declive de la práctica entre los jóvenes. Hasta se dice que cada vez más aumentan las parejas jóvenes que duermen en cuartos separados. Y cada vez hay menos niños. Una amiga me contó que en el kínder de su nieta sólo hay diez niños, cuando antes había cuarenta en cada salón.
El tema da para mucha reflexión. Dicen que las causas de la disminución de la libido van desde depresión, ansiedad, agotamiento por trabajo, hartazgo y por supuesto, también las redes sociales, que además de quitarle tiempo al contacto humano, generan experiencias irreales preferidas por los jóvenes. Vaya usted a saber. ¿Será que quieren purificarse ante los excesos? ¿Será que buscan una intimidad con alma? ¿Será que pronto nos extinguiremos como especie?
En fin, vivimos tiempos complejos donde la depresión, la violencia y la adicción a las redes sociales parece ser la constante. Los sicólogos dicen que los muchachos ya no tienen ni vocabulario para expresar sus emociones, debido a su interacción permanente en redes. Y no se trata de juzgar, todos estamos vulnerables a todo. Con todo, la solución a los problemas emocionales siempre pasa por el amor. Hablar más, escuchar más, abrazar más, comprender más. Nadie dice que el reto sea fácil. Pero nos va el futuro en ello.
(LG/AM)