Lo que he observado hasta el momento, me permite decir que la oposición es tan ignorante como fundamentalista. He leído y repasado las publicaciones multimodales de los voceros de la reacción y no encuentro sustento racional en sus argumentaciones; todo empieza con el insulto y la descalificación para ir a una serie de sofismas que caen por su propio peso. Casi puedo asegurar que el éxito que tienen en algunos sectores populares, es el recurso emocional. Alientan el odio, el rencor y el resentimiento.
Un ejemplo a modo es la andanada de infamias lanzada contra la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, dizque porque es mujer, porque la manda el expresidente, porque no descalifica a organismos o instituciones, no recibe en su despacho a los boleros de la plaza, no resuelve de un plumazo todos los males que aquejan a México y a los mexicanos, es autoritaria y exigente, no interrumpe el diálogo permanente con sus conferencias matutinas, etc.
En ninguno de esos ataques a la mandataria se puede detectar una pizca de verdad o de buenas intenciones; por el contrario, exudan perversos propósitos que no pueden justificarse en un régimen democrático constitucional, que apuntala el desarrollo nacional equilibrado, participativo y compartido. La presidenta, como todos los seres humanos, no está exenta de yerros; pero, éstos son menos notables ante tantos aciertos.
Habiendo mencionado la democracia constitucional, debo señalar que, cuando menos hasta el momento, es la mejor forma de gobierno. Dice Daniel Armando Barceló Rojas: “En democracia la obediencia es libremente consentida: los gobernados obedecen a los gobernantes porque los gobernados participan en la formación de las leyes, y porque los gobernantes se eligen libremente por la sociedad civil de entre sus miembros, es decir, el gobernante es un gobernado que es electo por un tiempo determinado como gobernante. Los gobernantes no son una casta ajena y aislada de los gobernados”.
En cinco líneas está bellamente definida la democracia participativa que choca con el resto de los modelos de poder de cualquier matiz ideológico. A principios del siglo pasado, México hizo la primera revolución social, de la cual emergió luminosa la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicano de 1917, en la que, por primera vez en el planeta, se reconocen los derechos humanos, entonces definidos como garantías individuales.
Los regímenes revolucionarios dieron a México la mayor época de paz, estabilidad y desarrollo de que se tenga memoria. Esta concluye cuando se aplican las recomendaciones de Robert Lansing y se abren las puertas de las universidades norteamericanas para formar a las pandillas neoliberales que entregaron partes del país al capitalismo salvaje, tanto de estado como multinacional. Fue necesario que un líder auténtico recorriera el país para despertar las conciencias dormidas y emprender la 4T.
La Cuarta Transformación de la Vida Pública es un proyecto histórico y humanista. Sus raíces son muy profundas y su proyección universal, por eso ha calado tanto a las hordas que perdieron sus privilegios y a sus incondicionales, que extrañan el yugo y no se han quitado las rodilleras. Las castas divinas, los nuevos ricos favorecidos por el capitalismo de amigos, las sumisas hordas confesionales, los simuladores y oportunistas, no cejan en sus denuestos.
Por fortuna, la mayor parte de los mexicanos están conscientes y convencidos de que el poder sólo sirve cuando sirve al pueblo, idea que, según la Constitución, se afianza y se nutre de la historia. El Art. 39 de la Constitución Política, establece que la soberanía nacional reside en el pueblo, de quien emana todo poder público y es instituido en su beneficio, garantizando siempre el derecho inalienable del pueblo a cambiar la forma de gobierno.
Por ello, ¡Viva la presidenta! ¡Viva la 4T! ¡Viva México! Los detractores, que, con su pan amasado de ignorancia, fundamentalismo y vileza, se lo coman.