A principios de 1811 con motivo de la lucha por la independencia, llegó a la Villa de Santa María de Aguayo el joven cadete Antonio López de Santa Anna. Acompañaba al Brigadier español Joaquín Arredondo quien procedente de Veracruz desembarcó con sus tropas en Altamira para luchar contra los insurgentes en la Colonia del Nuevo Santander.
Por esas fechas, mientras estaba en el campamento militar de la Plaza de Armas, el veracruzano le escribió una carta a sus padres donde les dijo sobre la situación que atravesaba por las tierras del septentrión, y el comentario de Arredondo “…vencer a los insurgentes es como robarle a una borracha.” Narra también la captura de Herreras, a quien Arredondo mata de un balazo en la cabeza, por negarse a delatarlo.”
Desde este centro de operaciones Santa Anna se trasladó a diversos pueblos a través de la Sierra Madre Oriental, entre ellos Tula y Palmillas donde controlaron las rebeliones indígenas. Santa Anna no era ningún improvisado de asuntos militares y políticos. En 1810 a los dieciséis años ingresó como cadete en el Regimiento de Infantería del ejército de la Nueva España. El cadete Santa Anna asimiló rápidamente las artes de la guerra y represión para el enemigo: fusilamientos, horca, cuchillo, autoritarismo y tortura no le fueron ajenos durante su incursión en tierras santanderinas.

De Santander partió rumbo a Matehuala, San Luis Potosí donde venció al lego Juan de Villerías. Con el mismo regimiento se encaminó a Texas y venció a los independentistas. Sus logros militares llegaron a oídos del Virrey Francisco Javier Venegas quien lo incorpora a su servicio. Participó en batallas en Altamira, Villa de Aguayo, Jaumave, Tula, Romeral y otras en Texas.
En 1816 está de nuevo en su tierra natal Veracruz para combatir a los rebeldes. Todas estas acciones lo convirtieron en Teniente de Granaderos, donde empezó a brillar en la carrera de las armas. En septiembre de 1828 retornó a Tampico, Tamaulipas con el general Mier y Terán donde lograron el triunfo cuando las fuerzas españolas al mando del general Isidro Barradas intenteron la reconquista de Mexico. De Ciudad Victoria sólo se volvió acordar cuando en 1854 un grupo de tamaulipecos se rebalaron contra su dictadura.
Santa Anna Metrosexual
Además de su afición por las peleas de gallos y el juego de baraja, Antonio López de Santa Anna tenía fama de carismático y seductor de mujeres. En especial le agradaban las negras y mulatas. Sus atributos varoniles, ojos negros, piel suave y figura de galán con uniforme militar, cautivaron en 1839 a Francis Erskine esposa del embajador español Ángel Calderón de la Barca. Anteriormente el norteamericano Poinsett se había asombrado por su extraordinaria inteligencia “expresivo y delgado, pero simétrico.”

Otro retrato hablado corresponde al embajador estadounidense Mayer: “Frente ancha y lisa; ojos pequeños y brillantes que llamean cuando los anima la pasión; nariz recta y regular; tez oscura y cetrina; temperamento aparentemente bilioso. Cuando está en reposo, su boca es una expresión de dolor y angustia.” Su estatura rebasaba un metro ochenta centímetros.
Para los viajeros, políticos, diplomáticos, comerciantes y extranjeros, quienes habían leído su nombre en los periódicos, Santa Anna se convirtió en una especie de polo de atracción. Muchos tuvieron el privilegio de conocerlo y acercarse a él, aunque no siempre salió bien librado de los encuentros. El botánico suizo Henri Saussure lo describe en 1854 de manera poco favorable y hasta discriminatoria: “Santa Anna es medio blanco, medio moreno y medio negro. He visto figuras perfectamente españolas ser tan negras, que un europeo se pregunta si se trata de un negro o de un blanco y aquí se supone que no hay mezcla de sangre.” (Chantal Cramaussel/Viajeros y Migrantes Franceses)
Consciente de estos atributos en 1822, aquel metrosexual veracruzano de veintiocho años de edad le propuso amores a la sexagenaria doña María Nicolasa Iturbide Aramburu. El romance fue evitado por el emperador Agustín, hermano de aquella apasionada solterona que moriría en la ciudad de México en 1840. Durante el tiempo que vivió en la casa de Quintana Roo en la Ciudad de México, Santa Anna, hizo otro intento por aspirar a la nobleza. Por ello, decidió dirigir su mirada seductora a la sobrina de Leona Vicario.
En caso de lograr su propósito, Santa Anna hubiera ingresado por la puerta grande a la cúpula de la aristocracia imperial y alcanzar rápidamente títulos nobiliarios y galones militares. A cambio de retirar sus cortejos hacia Nicolasa, Iturbide le obsequió el grado de General Brigadier, y lo comisionó en Jalapa para atajar las revueltas de los inconformes en contra de la monarquía, en especial de Guadalupe Victoria. Como se refleja en el epistolario, el servilismo del jalapeño no tiene límites hacia quien ostentaba el poder.
Amor por La Morena
Acerca de los amoríos con cierta mujer tamaulipeca apodada La Morena de Altamira, se menciona que, en 1823, al proclamarse el Plan de Casamata que motivó la caída del Imperio de Iturbide, el autonombrado Jefe del Ejército Libertador se trasladó a Tampico. En su estancia por Altamira, se presentó la joven viuda María del Carmen Pérez Vera, nativa de Tampico, para solicitar a nombre de las autoridades del Ayuntamiento su intervención para crear el puerto de Tampico en la margen derecha del Río Pánuco. De aprobarse el proyecto estratégico, dicha situación favorecería a los comerciantes, tráfico de mercancías y establecimiento de una aduana.
Al ver a aquella mulata de fuego, el birriondo general Santa Anna no desaprovechó la oportunidad para seducirla con propuestas sexuales nada decorosas a cambio del favor. La leyenda menciona que, gracias a este episodio de intercambio amoroso, el 7 de abril de 1823 el militar autorizó la repoblación y “formación de un pueblo en el paraje nombrado Tampico El Viejo” (Pilar Sánchez/Antología Documental del Archivo Histórico de Tampico). En correspondencia, ese mismo año el gobierno altamirense propuso a su Señoría que el nuevo centro poblacional se denominara Santa Anna de Tampico. El general se dejó querer y aprobó con modestia la propuesta del ayuntamiento. Mientras tanto La Morena se convirtió en leyenda y nombre de una calle de Tampico. Santa Anna estuvo de nuevo en ese puerto en 1829. Ignoramos si las batallas y terribles aguaceros de agosto y septiembre, permitieron otro encuentro con aquella afortunada dama de quien se ignora su paradero.
(FR/AM)








