La elección presidencial chilena del 14 diciembre de 2025 marcará sin duda un punto de inflexión histórico en este país andino. Con el 58% de los votos frente al 42% de Jeannette Jara, José Antonio Kast no solo ganó la presidencia: propinó una paliza electoral que clausura simbólicamente el ciclo político abierto con el estallido social de 2019. No se trata de una alternancia más ni de un simple desgaste del progresismo, sino de una reconfiguración profunda del sentido común democrático en Chile y, por extensión, en América Latina. La magnitud del triunfo importa. Dieciséis puntos de ventaja no expresan ambigüedad ni un voto de castigo fragmentado, sino la construcción de una mayoría social activa en torno a un proyecto de orden, seguridad, frontera y restauración conservadora. Kast no gobernará como minoría condicionada: lo hará cómo una mayoría política absoluta, con un mandato político legítimo y con capacidad de proyectar su victoria más allá de las fronteras chilenas y en este caso coincidir con Donald Trump, en el Cono Sur de América del Sur ya no es tiempo de mujeres, es la rearticulación hegemónica de las derechas y van por Brasil, Colombia, Venezuela y México y sino pregúntenle al pasquín digital “La derecha diario”, el cual ya es síntoma evidente del detonamiento de la guerra cultural y política entre derechas e izquierdas en el ámbito regional e internacional pero México no es Chile.
El cierre del ciclo post-estallido y el laboratorio político de la derecha en América Latina.
El 58% de Kast no significa que las demandas que emergieron en 2019 hayan desaparecido. Persisten la desigualdad, la precariedad y la desconfianza hacia las élites. Lo que sí cambió es la forma política de respuesta. El malestar popular ya no se tradujo electoralmente en lenguaje de derechos, redistribución o democratización radical, sino en demandas de autoridad, castigo y el control de las políticas migratorias: Patria, orden, seguridad y una migración contenida y fiscalizada serán los ejes de la gobernanza del nuevo presidente chileno, Kast es el retorno 2.0 de las oligarquías chilenas, estamos frente a la segunda muerte política de Salvador Allende.
La derrota de la izquierda chilena no es solo programática; es discursiva y afectiva. La derecha logró articular miedo, inseguridad y frustración en un relato coherente en el que ofreció el orden como solución total. Seguridad pública, control migratorio y autoridad estatal se convirtieron en ejes capaces de absorber y reordenar el descontento social. El resultado es una democracia más restrictiva, donde la promesa de estabilidad se impone sobre la promesa de igualdad. Son los tiempos del vigilar y castigar. Este giro no debe leerse como una anomalía chilena. Chile fue, durante décadas, el laboratorio del neoliberalismo; hoy se convierte en laboratorio de la nueva derecha latinoamericana, una derecha que no necesita negar la democracia, sino vaciarla desde dentro, subordinando derechos a seguridad y pluralismo a disciplina.
Chile en el concierto latinoamericano: un ejemplo exportable
El triunfo de Kast tiene efectos regionales inmediatos. Chile deja de ser un referente simbólico del progresismo sudamericano y pasa a ocupar un lugar central en la constelación de derechas duras que avanzan en la región. La clave no está solo en el programa, sino en el mensaje: se puede ganar con mano dura, discurso anti-progresista y promesa de orden. En un continente marcado por crisis de seguridad, migraciones forzadas y fatiga democrática, el resultado chileno legitima electoralmente el giro punitivo. Refuerza la idea de que los derechos “dividen” y el orden “une”; que la violencia se combate con coerción ampliada y que la política social puede subordinarse a la lógica securitaria. Este mensaje circula con rapidez en contextos donde las izquierdas no han logrado ofrecer respuestas eficaces a la inseguridad cotidiana.
Chile se convierte así en caso ejemplar para las derechas latinoamericanas: una prueba empírica de que el discurso del castigo no solo moviliza minorías ruidosas, sino mayorías electorales estables.
Kast y el proyecto hemisférico de Donald Trump
En el plano internacional, la victoria de Kast encaja con precisión en el reordenamiento hemisférico impulsado por Donald Trump tras su retorno a la presidencia de Estados Unidos. El trumpismo no es solo una política doméstica estadounidense; es un proyecto geopolítico que busca disciplinar el continente en torno a tres ejes: migración, seguridad y unilateralismo.
Desde esta perspectiva, Kast no es un aliado subordinado, pero sí un socio ideológico funcional. Su agenda de control migratorio, endurecimiento penal y retórica anti-progresista converge con la visión trumpista de un hemisferio ordenado por fronteras duras, cooperación securitaria y gobiernos dispuestos a priorizar el control por sobre los derechos.
Chile ofrece a Trump algo clave: legitimidad electoral externa. La victoria del 58% permite sostener que el guion trumpista no es exclusivo de Estados Unidos, sino exportable y exitoso en democracias formales. En este sentido, Kast opera como pieza simbólica del relato global de la nueva derecha: el orden gana elecciones.
El impacto para México y el gobierno de Claudia Sheinbaum
Para México, el triunfo de Kast tiene implicaciones estratégicas profundas. No se trata solo de un cambio de alineamientos regionales, sino de una reconfiguración del entorno geopolítico en el que gobierna Claudia Sheinbaum. En primer lugar, se estrecha el margen regional de las izquierdas. Con Chile girando a la derecha, se debilitan las posibilidades de articular bloques progresistas capaces de equilibrar la presión estadounidense. La región se inclina hacia gobiernos más dispuestos a cooperar con la agenda securitaria de Washington, dejando a México en una posición más expuesta.
En segundo lugar, el resultado chileno refuerza la presión sobre México para asumir el papel de muro migratorio ampliado. Trump ya ha demostrado que utiliza palancas comerciales y diplomáticas para forzar cumplimiento en temas migratorios y de seguridad. Con aliados ideológicos en el Cono Sur, esa presión se intensifica: México aparece como la pieza central que debe absorber los costos humanos y políticos de la seguridad hemisférica.
En tercer lugar, el caso chileno funciona como advertencia electoral para la izquierda mexicana. Kast ganó porque supo convertir el miedo en mayoría. El mensaje implícito es brutal: si la izquierda no logra articular una política de seguridad eficaz, democrática y socialmente justa, la derecha seguirá capitalizando el temor con legitimidad popular.
Para Sheinbaum, el desafío es doble. Hacia afuera, debe resistir la presión trumpista sin provocar aislamiento ni sanciones económicas. Hacia adentro, debe demostrar que es posible enfrentar la violencia sin sacrificar derechos, sin militarizar la vida cotidiana y sin ceder al punitivismo como única respuesta.
Una señal de cambios de época
El triunfo de Kast no es un accidente ni una rareza. Es una señal de época. Cuando el malestar social no encuentra respuestas materiales, cuando la inseguridad se vuelve experiencia cotidiana y cuando la democracia no garantiza vidas dignas, el miedo se transforma en capital político. Y ese capital, hoy, está siendo administrado por derechas que ofrecen orden como sustituto de justicia. Chile 2025, nos dice, nos demuestra que la disputa central en América Latina ya no es solo entre izquierda y derecha, sino entre democracias expansivas y democracias restrictivas; entre proyectos que politizan la vida y proyectos que la administran mediante el control punitivo.
Para el progresismo latinoamericano —y en particular para México— el mensaje es incómodo pero ineludible: no basta con defender derechos en abstracto. Sin seguridad democrática, sin justicia social efectiva y sin control real de la violencia, la democracia se vacía y la restauración autoritaria avanza con votos.
Kast ganó Chile con 58%. Pero lo que está en juego es mucho más que Chile. Es el rumbo político de la región en un mundo cada vez más dispuesto a sacrificar derechos en nombre del orden. Mientras la izquierda dice: Por el bien de todos primero los pobres, la derecha nos dice: Por el bien de todos primero la seguridad.
