La felicidad es amor y no otra cosa. El que sabe amar es feliz.
- Hesse
Carolina está furiosa. Encargó varias cosas en red para las fiestas de la temporada y no le llegaron a tiempo. La tienda le había prometido 24 horas y no cumplió. Eso la sacó de quicio. No está acostumbrada a esperar. Y lo peor para ella: en el pedido está la ropa y los zapatos para la posada con el jefe. Un vestido en tendencia, justo como el de Andy Benavides, su influencer de cabecera. Quiere ir deslumbrante, mejor que todas las demás esposas, partir plaza con su juvenil figura recién retocada por el mejor cirujano. Y por supuesto, sacarse las mejores fotos para subir a Instagram en tiempo real. Eso la hace muy feliz.
Como ella mucha gente en esta época. Impaciencia, vanidad y consumismo son el pan de cada día. Algunos en exceso, pero todos de alguna manera influenciados por un sistema que atrapa y consume el tiempo de nuestra vida única. Nadie se salva. Nunca como ahora, “tener, más que ser”, es la constante. Acumulando, como si fuéramos a vivir eternamente. Carolina no tuvo una infancia feliz, vivió entre la clase media baja, nada de marca, nada de vacaciones en Europa. Por eso ahora, cuando su marido tiene un puesto muy importante, viaja mucho, compra sin conciencia y no ve la hora para estrenar su enorme casa en uno de los mejores fraccionamientos. Ya compró los muebles y los adornos para decorar. Todo en tendencia, como oyó decir a otra de sus “influencers” favoritas. Quiere hacer pronto una gran reunión para mostrar su nueva residencia. Todo “muy amplio y lujoso”, le dice con una sonrisa a una amiga. Muchos millones ahí invertidos. Su esposo no se queda atrás. Ya encargó una colección de cabezas de venado y escopetas para colgar en su fabuloso bar, imitando al de un conocido político nacional.
No cualquiera puede seguir las tendencias como ella, dice Carolina. Y permanece pegada a la pantalla pidiendo lo más nuevo, no importa el precio. Un traje dorado para año nuevo y unas botas altas igualmente doradas, de la marca más cara. Ah y un collar con aretes a juego de buenos quilates oro. Tal vez sin saberlo, ella es una representante de un estilo que domina nuestra época. Gilles Lipovetsky, el gran filósofo de la estética, le llama “kitsch” y lo define como lo llamativo, lo exagerado, el mal gusto. Un término nacido en el siglo XIX que se usaba sólo para objetos y ahora está presente en casi todo, incluso en las personas, quienes lo llevan puesto. Un “kitch” reflejado en algunas ciudades del mundo y hasta en la política a través de la ostentación grotesca. Todo grandote, exagerado, costoso. El filósofo subraya la influencia de las redes sociales provocando un “kitch” globalizado. Todos buscando destacar a toda costa.
Porque en todo ello subyace el afán de ostentar: lo más caro, lo más grandioso, lo más poderoso. Y no precisamente lo más bello. Esas parecen las tendencias. Y en la pirámide social, nadie se queda fuera de la red, porque hasta los que menos tienen han sido incluidos en el sistema. E igualmente imitando estilos. Finalmente, no sólo hay kitch, también hay “fake”. Y el círculo de clientes es infinito. Pero también la frustración. Todos atrapados por los algoritmos. Al respecto, el flamante Nobel de Literatura, el escritor Lázló Kraznahorkai, delineó en su reciente mensaje en la Academia Sueca, un relato cuasi apocalíptico del ser humano aludiendo a las recurrentes guerras, la violencia omnipresente, la depredación y la influencia de las redes en las mentes. En ese contexto, y confesando que sus reservas de esperanza están agotadas, señaló a Elon Musk, quien con “sus planes demenciales se está adueñando del tiempo y el espacio de las personas”. Usted dirá que exagera, pero si mira a su alrededor verá cuánta razón le asiste.
El Nobel literato húngaro se ha distinguido por su profundo respeto hacia los pobres, hacia los marginados de la tierra y con ellos está impregnada toda su obra. Mientras escribo recuerdo las palabras de mi amiga Tere hace unos días cuando reflexionaba acerca de la Navidad. “¿Por qué si conmemoramos a quien nació, vivió y murió pobre, nosotros celebramos comprando?”. Buena pregunta para hacernos en estos días de mucho consumo y poca reflexión. Jesucristo no vino a enseñarnos a consumir, mucho menos a ostentar; sino a vivir en amor, en compasión, en armonía. Y con humildad. Así lo manifestó durante toda su existencia, demostrando que la verdadera riqueza se lleva dentro y se comparte. Lo demás es hipocresía, vacío interior, miseria espiritual.
Juan Manuel Serrat, en su estancia reciente en Guadalajara mencionó que vivimos en una “época muy miserable”, y citando a Juárez habló de la necesidad de paz y de la certeza de vivir entre “el miedo y la esperanza”. Ante la desolación de un mundo donde abundan las personas sin congruencia ni esencia, ojalá la esperanza gane y qué el amor sea la tendencia. Nos va el futuro en ello.









