El tiempo barre con todo y las costumbres. Así, de cambio en cambio, paso a paso, van perdiendo las sociedades la cohesión, la identidad, quedan hechas unas colchas deshilachadas
Fernando Vallejo, escritor colombiano
Hoy quiero contarles sobre uno de los temas de los que jamás hemos hablado, por lo menos no en este espacio: la exhumación de víctimas de feminicidio. Un paso que pocas veces es documentado por los medios de comunicación. Un paso en el eterno infierno que viven las familias víctimas indirectas de feminicidio.

Susana y Alonso, Orlando y Saira, Salvador y Consuelo; son padres de Fática, Mariana Joseline y Victoria Pamela, respectivamente, y tienen en común que sus hijas fueron asesinadas en 2017.
Mariana Joselin Baltierra Valenzuela
Mariana Joselin, la hija mayor de Orlando y Saira, una pareja muy joven. Su llegada se planeó con antelación, la espera era emocionante, llena de amor. Joss (como le decían de cariño) nació el 24 de noviembre de 1998, tenía 8 meses de gestación, era muy chiquita, recuerda siempre Saira. Pesó un poco más de un kilo, 30 centímetros era su tamaño, estuvo un mes y medio en el hospital: “Cuando la iba a ver me apretaba fuerte la mano, tenía mucha fuerza, siempre”.
Joss fue una niña y adolescente con una salud frágil. A los seis años le diagnosticaron epilepsia (crisis de ausencia); al ser tratada oportunamente, superó el diagnóstico; sin embargo, a los 11 años le volvieron las crisis, por lo cual estaba medicada. Estudiaba en el COBAEM 10 en Villas de Ecatepec, Ecatepec, Estado de México. Su sueño era estudiar veterinaria porque además de cantar y bailar, otra de sus grandes pasiones eran los animales, por ello había decidido dedicarse a cuidar de ellos.
El 27 de julio de 2017, hacia las nueve treinta de la mañana, a la hora de desayunar, Saira le pidió a Joss que fuera a la tienda a comprar huevo y jamón. Joss salió en pijama a la tienda que estaba a unos cincuenta pasos de la entrada del fraccionamiento y por los que debía pasar una tortillería y una carnicería.
Quince minutos después, Saira se preocupó, ya que su niña, su “morenita” —como ella le dice — ya había tardado. “Al momento de salir a averiguar qué había pasado, un escalofrío me recorrió el cuerpo; fue como si sintiera algo. Me dirigí a la tienda a preguntar y me dicen que sí llegó a hacer las compras que le había pedido. Cuando el locatario de la tienda me confirma, se me heló la sangre, algo no estaba bien. Pregunté a la señora de la tortillería, a los locatarios de enfrente, nadie más la vió”, detalla Saira.
Desesperada, Sai le comunicó a Orlando la situación. Llamaron a las autoridades. Los vecinos, familia y amigos iniciaron la búsqueda inmediata en lo que Saira se trasladó a poner la denuncia por desaparición. Sus vecinos y familia siguieron buscando. Llegó la noche y Joss no regresó. Recorrieron una y mil veces los mismos pasos que Joss, afuera de los locales pegaron cartulinas con su foto para dar con su paradero, pero la desesperación atrapaba a la familia. Sai y Orlando desfallecían, las fuerzas menguaban, la esperanza se apagaba.
El 28 de julio de 2017, sin dar detalles, su cuerpo fue localizado en la carnicería. Ahí estaba su “morenita” de Sai y Orlando, su niña, a quien cuidaban y protegían tanto.
Desde ese momento hemos estado cerca de Sai y Or; como les digo cariñosamente y quienes forman parte de Daniel y yo. Hemos vivido juntos muchos momentos, tristes, de sonrisas, de desesperación. Sai llena de culpas, por haber mandado a la tienda a su hija, porque un enfermo la estaba cazando, acechando como la presa que él veía. Una bestia que sin contemplaciones la obligó a entrar a ese frío lugar, se las arrebató, escuchando sin importarle la desesperada búsqueda que realizaron fuera del lugar, tal vez mirando por la ventana a Sai y Or. La misma sociedad la señaló: —¿Por qué la mandó a la tienda? — No, desde ese momento se lo dije, no son culpables.
Dos largos años desloados en los que Sai perdía la esperanza. Si le decían que habían visto a Juan de la Cruz, en algún lugar, íbamos a corroborar, a buscarlo. Finalmente, el 30 de abril de 2022, Juan de la Cruz Quintero Martínez, de 28 años, el principal sospechoso del feminicidio de Mariana, fue detenido y sentenciado por el feminicidio de Joseline a prisión vitalicia que permanece intacta.
El caso de Joss fue muy mediático. Los encabezados de las notas informativas estuvieron llenos de frases revictimizantes, palabras que sus padres leían una y otra vez. Medios internacionales como “El País”, “ABC, Internacional”, publicaron una de las notas más dolorosas, llena de morbo. Ninguno de esos medios volvió a preguntarle a Sai qué había pasado con su investigación.
El día uno regresó. 30 de julio de 2024. Ahí estaba la tumba de Joss, con sus colores preferidos y decorada, en la que Sai volvió a construir a su pequeña morenita. La iba a ver prácticamente a diario, le hablaba, la arreglaba de tal forma que su tumba pareciera la recámara de Joss, la cual mantiene siempre llena de sus cosas, de su recuerdo y memoria viva. Ese treinta de julio, acompañamos a Sai y Or a exhumar a su pequeña, el llanto y los recuerdos se agolparon otra vez. En ese momento los mazos de los panteoneros destruyeron todo aquello que construyó Sai. El momento regresó el llanto, los gritos de rabia e impotencia, volvieron las maldiciones contra el “nadie”, “esto”, como le dice Or. “Si no la hubiera asesinado, nadie sabría de él. Necesitaba apagarla para ser alguien, pero es nada, nadie”. El momento fue extremadamente doloroso. Abrazábamos fuerte a Sai. Or estaba igual de desecho, pero como siempre lo ha hecho, sostenía fuertemente a Sai. Ese momento lo acompañamos el papá de Orlando, Daniel y yo. Nadie más. Sai quería despedirse de su pequeña, el momento debía de ser íntimo con quien ellos decidieron. Después de volver a llorarle, a gritar, a pensar que todo es una pesadilla, un error, algo que nunca pasó; ahí estaban nuevamente ante sus ojos, sus zapatillas, su vestido, sus joyas con las que amorosamente la vistieron para llevarla donde ninguna de estas familias pidió: el cementerio. Ahí sus restos que fueron cremados. Acogieron la cajita de madera, donde quedaron las cenizas de la Joss.
Victoria Pamela Salas Martínez
Victoria nació el 31 de agosto de 1994, en la Ciudad de México. Era la segunda hija de Consuelo y Salvador, quien la adoptó como suya. Las conoció cuando Pame era una bebé, no era su padre biológico, pero era su hija junto con su hermana mayor. Los padres de Pame, gente humilde y trabajadora, cimentaron esos valores a sus hijas e hijo.
Victoria Pamela sabía que para ganarse la vida había que trabajar. Adoraba estar siempre bien arreglada, por lo que trabajaba para eso, para ella; además, pensaba en comprar una casa para toda su familia, la cual era la base primordial de su vida.
Conoció a Mario Sáenz en 2015. Tenían una relación de año y medio (no era su exnovia), la cual era como todas: discutían, se separaban, Mario la buscaba y regresaban. La relación estaba ya más consolidada desde enero. Consuelo cuenta que casi cada fin de semana Victoria se iba con Mario, ella convivía con el hijo de él, ya le había pedido a Consuelo conocerla; la relación parecía ir por buen camino. Un mes atrás habían vuelto a discutir; sin embargo, Mario se encontró a Victoria en la calle, quedaron de verse al día siguiente para arreglar las cosas y una vez más regresaron. El 31 de agosto empezó el festejo por el cumpleaños 23 de Victoria. Cuando salía de su trabajo, Mario llegó por ella, fue entonces que Victoria le avisó a Consuelo: “Mami, Mario vino por mí, al rato llego.”
Lo último que supo Consuelo por voz de Pame fue el 1 de septiembre de 2017. Pame le hizo saber que estaba en Cocoyoc, Morelos, con Mario, que pronto regresaría. Más tarde, ese mismo día, Salvador se comunicó con Victoria vía WhatsApp: “¿Dónde estás?” y ella respondió: “Ya le dije a mi mami que ando en Cocoyoc. Estoy bien. Estoy con Mario.”
Relata Consuelo que el 2 de septiembre de aquel año, no tenía hambre, pasaba del mediodía y ella no había desayunado. Algo le apretaba el corazón. Tocaron fuertemente la puerta y la noticia llegó: le pidieron acudiera ante las autoridades. Así lo hizo. Así fue que llegó el infierno, que en muchos momentos la vuelve loca de dolor.
Victoria Salas fue la mujer que habían encontrado en el baño de la villa número 20 del Hotel Novo Coapa y al presunto feminicida Mario Sáenz Zambrano. Esa nota me llevó a un video donde un supuesto “youtuber” criminalizaba a Victoria e indicó que era la exnovia, a quien se refirió como “drogadicta”, “agresiva” y a quien también culpó su asesinato.
El caso estuvo plagado de intervenciones “mediáticas” de un youtuber, que manejó una “verdad” que hasta la fecha sigue intentando que la mayoría crea: que Mario es inocente, que él no fue. Luego de poco más de 2 años, detuvieron a Mario, el espectáculo que en esa ocasión manejaron fue que “se entregó”.
Otro montaje más para generar dudas en la sociedad. Mario, un hombre delgado, “güerito”, un “exitoso” skate (patinador) de patineta, con un nivel socioeconómico estable, con tiendas de venta de patinetas, para algunos esa versión es creíble.
El 3 de septiembre de 2017, Mario Saénz fue detenido por agredir a agentes policiales, dos horas después fue liberado. Se mantuvo prófugo hasta el 30 de marzo del 2019. El 8 de abril de 2022 fue sentenciado a 45 años de prisión. El 1 de diciembre de 2024 ratificaron la sentencia al feminicida, luego de que la defensa del sentenciado apelara. En abril de 2025, su abogado metió un amparo, que hasta el momento sigue esperando respuesta de la Suprema Corte de Justicia Nacional.
Connie y Chava —como les digo cariñosamente, al igual que Sai y Or— son parte de nuestras Voces de la Ausencia, pero también son parte de nosotros. Desde aquel 2 de octubre de 2017, que fue cuando conocimos a Connie y Chava, no los hemos dejado solos. Desde entonces hemos visto los cambios que Connie ha tenido: en aquella primera entrevista no dejaba de llorar; conforme pasó el tiempo, aprendió a hablar de su hija con mayor calma, con el dolor siempre, pero más fortalecida.
Y llegamos al 9 de septiembre de 2024; regresó la necesidad de volverse loca de Connie. En esta ocasión solo estábamos Connie, Chava, Daniel y yo. Acudimos al panteón para que su cuerpo fuera exhumado. Connie nuevamente destruida, su “güera” —como amorosamente le decía— debía ser exhumada para que su cuerpo fuera nuevamente reacomodado en un nicho familiar.
Ese día llegamos al Panteón de Xochitepec, en la Alcaldía Xochimilco, Ciudad de Méxcio. La carita de Connie, nuevamente buscándome, ansiosa, tensa. Y ahí estaba, la tumba de su Güera, llena de colores lila, rosa, globos morados; acababan de festejarle su cumpleaños en ese frío panteón, pero lleno del amor de Connie y Chava. A petición de Chava, los albañiles fueron muy cuidadosos para romper la tumba y realizar la exhumación. El panteón les pidió una caja de madera para resguardar los restos de Pame. Una vez más el dolor regresó, Connie nuevamente gritó, quería abrazar a su hija; ahí estaba una vez más, ahora sus restos. Fue el día que Connie entendió que todo esto que ha vivido durante 8 años — desde que le arrebataron a su güera, a su niña que fue asesinada cuando festejaba sus 23 años, hasta entonces que la tuvo de frente — que no es una pesadilla, por más que ha querido despertar de ese horrible sueño.
Fátima Altamirano Coca
Fátima nació el 21 de febrero del 2002, la primera hija de Susana y Alonso. Una pequeña muy esperada por sus padres, quienes estuvieron emocionados con su llegada. Desde chiquilla fue muy buena hermana e hija, siempre escuchaba y estaba rodeada de mucho cariño. En muchas situaciones demostraba su solidaridad con la gente e incluso defendiendo cuando veía alguna situación de injusticia, ya sea con sus amigos o con su hermano menor; desde pequeña luchó por defender sus ideas.
Fátima, siempre sonriente y tenaz a lograr muchos sueños, terminó con gran ilusión su secundaria y felicidad de poder terminar un nivel más de estudios y así dar el gran paso al nivel medio superior para poder empezar su preparatoria con gran alegría.
Faty, como le llamaban sus amigas, terminó la secundaria junto con ellas y empezaron la preparatoria con mucha emoción. Apenas cursaba el primer mes de la preparatoria, hacía la pregunta a sus padres: “’Ma’, ‘pa’ —como les decía— ¿qué debo estudiar para poder algún día trabajar en la ONU o bien la UNICEF? Quisiera ser doctora”. Tenía bien definido el apoyar a los pequeños o a las personas muy vulnerables a nivel mundial, pero desafortunadamente fueron truncados todos esos sueños e ilusiones.
El viernes 8 de septiembre de 2017, Fátima salió de su casa en la delegación Gustavo A. Madero junto a su padre con destino a su escuela. Vestía el uniforme de la institución a la que acudía. Varios sujetos que no tenían ni idea de su gran proyecto de vida se la arrebataron a su papá, llevándose con ellos a Faty y, más grave aún, poniendo precio a tantos sueños e ilusiones a una gran hija, hermana, amiga.
“Su papá tocó la puerta y al entrar me comentó lo que había pasado: «Me quitaron a la niña, me quitaron a Fátima»” recuerda Susi. Pasado el mediodía de ese negro 8 de septiembre, les informan que debían trasladarse a la calle 7 esquina con Avenida Bordo de Xochiaca en el municipio de Nezahualcóyotl, Estado de México, en donde tenían información al respecto, durante el trayecto siguieron recibiendo llamadas. Al llegar a la agencia del Ministerio Público del Bordo y calle 7, les notifican que habían localizado el cuerpo de una persona con las características de Fátima; les mostraron imágenes del hallazgo del cuerpo y desafortunadamente esas imágenes eran de su pequeña de 15 años de edad.
La investigación de la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México estableció que Esteban Ernesto “N” formaba parte de una banda de secuestradores; cinco integrantes más ya fueron detenidos, entre ellos David Funes, quien en noviembre de 2019 fue sentenciado a 80 años de cárcel por el secuestro y feminicidio de Fátima.
Al igual que con Sai y Or, Connie y Chava, nos hemos mantenido cerca de Susi y Alonso, quienes han hecho todo por lograr que su pequeña tenga justicia.
Llegó el día 11 de septiembre de 2024, Susi me hizo saber que ese día se realizaría la exhumación de Faty, en el mismo panteón donde estaba Joss: el panteón Jardín Guadalupano, en Ecatepec de Morelos, Estado de México. También nos acompañó Sai, quien no podía dejar sola a Susi.
En esa ocasión, Alonso invitó a otros familiares y amigos de la pareja. Fue un tanto diferente, al no tener Susi un momento para poder despedirse sola de su pequeña. Fue un momento revictimizante de parte del panteón. Todo lo quisieron hacer rápidamente, sin considerar que son exhumaciones de víctimas. Las familiares no dejaban de, primero, insistirle a Susy que comiera algo, habían llevado comida; después no dejaban de rezar. El momento nuevamente fue lleno de dolor, de desolación, de desesperanza.
Durante la espera para que les entregaran las cenizas de Faty, nuevamente le insistían a Susy que comiera; a nosotras también nos invitaron, pero obviamente tampoco teníamos ánimos de comer nada. Al verla tan acorralada, les ofrecí disculpas, Sai y yo la abrazamos, y caminamos al fondo del panteón, acción que Susi agradeció. Platicamos largo tiempo las tres, reímos, nos abrazamos, lloramos. Faty les fue entregada a sus padres en una cajita blanca que hoy permanece en su altar de casa.
“Ayúdenos, me siento culpable por ser parte de esta sociedad, porque no nos preocupamos, no decimos hola, buenos días, buenas tardes, no sabemos con quiénes convivimos, caminamos por la calle, sin fijarnos, sin observar, sin ayudar, sin colaborar; esa es la parte de la que me siento culpable, salimos a la calle y no nos interesa lo que vemos a nuestro alrededor, esa es mi culpa, ser parte de esta sociedad, que vamos por la calle preocupándonos por nosotros, por cuánto ganamos, por qué tenemos, por lo que no tenemos, en vez de mirarnos como personas, esa es mi culpa, seamos diferentes como sociedad, volteemos a vernos”, Orlando, papá de Joss.
La exhumación, otro proceso del acompañamiento a las familias que no habíamos contemplado. Regresar al día cero, aquel momento en que se las arrebataron, el día que asesinaron a estas familias. Un momento lleno de rabia, impotencia. Volver a revivir ese infierno eterno.
Cuando estaba con cada una de ellas, pensaba: las vieron salir vivas de casa, las volvieron a ver sin vida, asesinadas, en cajas, las depositaron en sus tumbas que amorosamente cuidaron, inmortalizaron a sus niñas, a sus pequeñas y las vuelven a ver, ahora solo restos de ellas, las últimas ropas con las que las vistieron, sus joyas, sus zapatillas, todo eso que se desecha para rescatar únicamente sus cenizas.
Cenizas que les recuerdan que ellas ya no están. Y que este dolor será eterno, que, aunque aprenden a vivir con ello, el corazón se los quitaron y los sepultaron junto con sus hijas. Ahora ellas regresaron, pero ese espacio en su corazón sigue vacío.
¿Eres madre, padre, hermana, hermano, hija o hijo de una mujer víctima de feminicidio, desaparición, o intento de feminicidio? Búscame, ayúdame a visualizarlas y contar su historia. Voces de la ausencia.
P.D. Cada uno de los textos expuestos en este espacio es con autorización y acompañamiento de las familias directas de las víctimas, que son las únicas autorizadas para hacerlo. Nosotros solamente somos la extensión de su grito de justicia.









