La vida de los muertos se deposita sobre los recuerdos de los vivos. El amor que diste en vida mantiene viva a la gente más allá de su tiempo.
Marco Tulio Cicerón
Mi recuerdo más significativo de ella son sus manos amasando la harina. Sus dedos fuertes presionando la masa en un cazo de peltre. Hacía las tortillas de harina más deliciosas que he probado y en esta época navideña unos buñuelos de antología. Las gorditas de azúcar eran mis favoritas. Ningunas como las de ella. Mi abuela Marcelina sabía cómo me gustaban y hacerme feliz la hacía feliz. Amasaba y mientras contaba historias. Junto a ella pasé memorables horas de mi infancia. De mi otra abuela, llamada Paula, me viene la mano verde, ella me enseñó a elegir las podas para hacer florecer las mejores dalias. Cocinaba también un picadillo diminuto cortado en tabla como ninguno. Además tenía una energía extraordinaria para construir el hogar cada mañana Eran muy distintas mis abuelas, pero de ambas tengo recuerdos imborrables. Ahora sé que no son las gorditas ni las podas, sino el amor infinito lo que realmente recuerdo.
Hoy decidí escribir de quienes ya se fueron. Pensar en esos seres ahora incorpóreos, pero presentes en nuestra memoria todavía. Incluso aquellos que sin ser cercanos son inolvidables. Nuestros difuntos, los de todos. Dicen que uno pierde la inocencia cuando descubre la inevitable muerte, cuando alguien muere cerca, cuando nos reconocemos mortales. Así lo expresa la filosofía, pero no se necesita mucho análisis para asumir esa conciencia cuando la realidad se impone. Esa inocencia la perdí siendo niña, cuando falleció la hija pequeñita de una vecina y los niños de la cuadra fuimos al funeral. Entonces vi la dolorosa cara de la muerte en una cajita blanca. Entonces supe que todos moriríamos. Nunca olvidé la triste experiencia, esa verdad detrás de todos los humanos.
Dicen que a menos de ser alguien como Alejandro Magno, Einstein; Sor Juana o Shakespeare, la mayoría seremos olvidados en dos generaciones, máximo tres. Nadie recordará tus facciones, sólo si se conservan fotos, pero cada vez menos guardamos imágenes tangibles. Nadie sabrá cómo fuiste, qué te gustaba o te hacía sufrir. La premisa suena lógica, porque yo de mis bisabuelos no sé casi nada, de algunos ni sus nombres completos. Y aun cuando he tratado de investigar, es muy poco lo encontrado. Así pues, dentro de algún tiempo si bien nos va, seremos sólo un nombre alguna vez pronunciado. Después, ni eso quedará de nosotros.
Ya somos el olvido que seremos, dice un poema atribuido a Borges, con todo el sello de su genio. No hay para dónde hacerse. Seremos olvido tarde o temprano, porque el inexorable paso de los años no perdona. Pero aun cuando sea por poco tiempo, también somos, seremos un recuerdo para alguien. Por eso hoy les invito a recordar a quienes ya partieron, no dejarlos morir en el olvido mientras podamos. Recordar ese rostro, ese amor, esa mirada. Pienso en mi padre, en su voz intacta en mi memoria, en su sonrisa franca, en su silbido cuando niñas para anunciar su llegada a casa. Y esta orfandad de sus brazos esperándome en la orilla de un río. Recuerdo también al único abuelo en mi mis ojos de niña, el sembrador de cañas, el bohemio que sobrevivió a una revolución. En mi mente también la sonrisa de un tío y el bellísimo rostro de Manuel mi cuñado, con sus manos largas y su hablar pausado. Entre quienes he extrañado toda una vida, está Lolalú, a quien defino en el mejor sentido con la palabra amiga. El paso de los años ha aumentado el número de quienes han emprendido el viaje hacia el jardín eterno. Amigos, conocidos, familiares. Todos inolvidables. Mi amada sobrina Eleny, con la luz infinita en sus ojos. Carmelita y Nora de quien aprendí tantas cosas, entre ellas que no se necesita vínculo de sangre para querer sin reservas. Doña Bica, memorable y generosa, mi querida vecina Patricia, mi compadre Jorge, mi comadre Aurora, buenas personas a quienes recuerdo con cariño. Miguel Ignacio, mi amigo entrañable desde niños. Además mis amigos creadores, Orlando, Pedro, Juan Jesús, Altaír, Jorge, Arturo, Xavier, Alfredo; entre otros tantos que nos dejaron arte y memoria para vivir. No podría nombrar a todos aquí, pero están siempre. Mis personajes históricos por supuesto, con quienes re-creo la grandeza y lo humano. Marte, Amalia, Alberto y muchos más.
Todos los seres humanos, dice Arnoldo Kraus, consciente o inconscientemente, tenemos una “Enciclopedia de Difuntos”. Cada quien llevamos recuerdos de nuestros muertos en la mente. A veces les lloramos, a veces nos arrancan sonrisas, nos dan lecciones, nos revitalizan. Escribo esto para agradecer esas vidas que fueron tanto en las nuestras. Porque bien decía el maravilloso médico Kraus, quien desafortunadamente murió hace unos meses, que “los difuntos son parte de la vida y no de la muerte”. El amor y la muerte son los dos grandes temas de la humanidad, la convivencia sana con los difuntos exige celebrar la vida, decía el galeno. Recordarlos es celebrar sus vidas, expresar gratitud, reconocernos parte de una cadena infinita.
En estos días que conmemoramos el nacimiento de Jesucristo, quien más de dos mil años después reúne con su mensaje a gran parte de la humanidad, les invito a no olvidar, mientas podamos; a quienes nos legaron todo y tanto. Nuestros ancestros, nuestros maestros. Brindar es una práctica muy antigua, con raíces entre los griegos y romanos quienes al hacer un brindis celebraban y expresaban buenos deseos. Tiempo después, el brindis se consolidó como una acción para agradecer, celebrar la memoria, desear salud. Y se puede hacer con vino o con cualquier otra bebida, pero siempre con palabras. Con nostalgia pero también con alegría. Hoy les propongo un brindis por quienes ya no están pero se quedaron en mente y corazón. ¡Salud para todos!









