Este domingo en el Zócalo, Claudia Sheinbaum presentó un discurso cargado de solemnidad y de reivindicaciones simbólicas. Cargado también de apuestas políticas que merecen escrutinio desde la izquierda crítica. Más allá del ceremonial, el discurso revela alianzas, contradicciones y estrategias que sugieren hacia dónde se dirige su gobierno.
- Honradez y complicidades: la defensa de AMLO en escena
Uno de los momentos más elocuentes del discurso fue la defensa que Sheinbaum hizo de la relación con Andrés Manuel López Obrador: lo nombró “honesto”, sostuvo que fue, es y será ejemplo de austeridad y compromiso con el pueblo. Esa referencia es políticamente útil: reafirma continuidad, construye legitimidad simbólica y fortalece la 4T. Pero trae consigo una carga histórica incómoda.
Porque cuando el discurso celebra esa figura limpia, surge la pregunta: ¿qué tanto se mira a la sombra que la figura deja? El secretario de Gobernación durante el gobierno de López Obrador —y hoy coordinador de la bancada de Morena en el Senado—, Adán Augusto López Hernández, ha sido severamente cuestionado por la infiltración del cártel La Barredora en Tabasco, al grado que los medios publicaban que operativos federales señalaban vínculos entre mandos estatales y el grupo criminal.
Cuando Adán se defiende diciendo que él no actuó solo, que en gabinete de seguridad participaban ejército, marina, Guardia Nacional, FGR y FGE, incluso menciona el nombramiento que Andrés Manuel le dio el secretario de gobernación, pone eso en el centro una versión de corresponsabilidad. Pero esa defensa, lejos de exonerar, sugiere que, si hubo negligencia, omisión o complicidad, son estructuras las que fallaron, no solo individuos. Si la Presidenta pronuncia loas a la honestidad de AMLO, ¿cómo mirar las fisuras legales alojadas en su círculo más cercano?
Este discurso, dicho en el Zócalo, impone una tensión: reivindica la continuidad moral, pero invita al contraste entre discurso y hechos.
- Las 14 reformas constitucionales: discursos que chocan con los hechos
CSP mencionó 14 reformas constitucionales como sello de avance, como parte de su transformación política. Pero el señalamiento merece lupa: muchas de esas reformas fueron aprobadas incluso antes de que ella asumiera el cargo. Al nombrarlas en su discurso, ella se apropia de ellas como logros propios o como parte de su impulso transformador. Eso puede fortalecer su narrativa, pero también debilitarla si el pueblo percibe que “saludo con sombrero ajeno”.
Incluye reformas estructurales al poder judicial, derechos de pueblos indígenas, igualdad sustantiva, entre otras. Es legítimo festejar la continuidad, pero omitir que parte del andamiaje legislativo ya venía desde el sexenio pasado abre una ventana a la crítica: ¿es innovación o herencia política?
El efecto comunicativo de mencionar tantas reformas es estrategia discursiva.
- Contingentes sindicales y memoria priista: la táctica del espectáculo
Lo que llamó la atención fue la presencia y visibilidad de contingentes sindicales organizados, globos con nombres de dirigentes, mantas de sindicatos,
visibles desde lejos. Ese montaje, más propio de los viejos tiempos del PRI —cuando se movilizaba al aparato sindical como parte del dispositivo de legitimidad política— reapareció con fuerza.
En los actos de López Obrador también aparecieron movilizaciones sociales e invitados gremiales; sin embargo, hoy esas organizaciones lucieron como columnas vivas del relato presidencial. Esa escenificación política sirve como mensaje que el gobierno no emerge solo, sino con el respaldo del movimiento obrero organizado.
Ese reemergente esplendor sindical convoca recuerdos del corporativismo clásico, la visibilidad gremial en el Zócalo no es inocente: es parte de la comunicación política.
- El saludo al pueblo: gesto estratégico y mensaje de cambio
Quizá uno de los movimientos más simbólicos fue el cuarto momento: al llegar al templete, Sheinbaum no saludó primero a altos funcionarios ni gobernadores ni congresistas; saludó al pueblo. Y al salir lo mismo: un reconocimiento directo a la multitud. Ese cambio en la estrategia escénica que da prioridad al cuerpo social sobre las figuras del poder es un guiño político poderoso.
Sabe que la legitimidad no está en los altos mandos, sino en quienes la aplauden, la condenan o la acogen en el día a día. Que busca subrayar que manda el pueblo, no la élite. Que no es gobierno vertical, sino horizontal en discurso y en presencia.
Cierre reflexivo
El discurso de Sheinbaum en el Zócalo fue un mensaje político estratégico, una muestra de identidad y poder. En él emergen fortalezas —la unidad con AMLO como pilar simbólico, la promulgación de reformas, la cercanía con el Pueblo y también fragilidades profundas: qué tan sólida o fuerte será esa admiración al pasado cuando el presente exige responsabilidad ante las omisiones, negligencias y/o actos de corrupción del entorno, qué tan genuina es la unidad con sindicatos cuando podrían reproducir viejos vicios.
Porque no basta con hablar de honestidad, reformas y pueblo: se exige que esas palabras, una a una, se conviertan en acción permanente.
*(Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la línea ideológica del Partido del Trabajo.)
(AC/AM)