Para Cecilia Lugo, por reafirmarnos con su arte, la grandeza de Tamaulipas
Primero de diciembre del año 2025. Un poco antes de las nueve atravesé las enormes columnas del recinto oficial del Congreso del Estado de Tamaulipas. Al entrar, me detuvo el fascinante mural de Guillermo Ceniceros que recrea en 16 paneles la enorme riqueza histórica y natural de Tamaulipas. Altamente simbólico que el arte manifieste la bienvenida a quienes visitamos la llamada “Casa del pueblo”. El arte mostrando las identidades, el valor y los valores, la esencia de los tamaulipecos, ahí donde se toman decisiones cruciales para la vida pública. Al caminar, recordé también la frase que Marte R Gómez repetía frecuentemente: “la política es el arte de lo posible”.
Subí las escaleras y la imponente escultura de Bernardo Gutiérrez de Lara, me detuvo otra vez, el primer Gobernador de las Tamaulipas, el gran héroe quien se entrevistó con Hidalgo, el patriota que nunca dudó en invertir sus bienes para lograr la anhelada libertad. Ahí también las lecciones de la historia. Con el orgullo creciendo en mi corazón, entré al pleno pensando el motivo por el cual estaba ahí ese día fresco con aromas a diciembre. Había recibido el honor de ser invitada por mi admiradísima amiga, la maestra Cecilia Lugo para acompañarla en el histórico momento cuando recibiría la medalla Luis García de Arellano, la más alta distinción otorgada en Tamaulipas.
Minutos después, entraron el Gobernador Constitucional del Estado y la feliz galardonada. El aire se llenó de aplausos mientras ellos ocupaban sus lugares junto a los representantes del poder legislativo y judicial. Los honores a nuestros Símbolos Patrios nos hicieron sentir esos lazos invisibles uniéndonos a todos, pese a cualquier diferencia. Los acordes de nuestra apreciada Banda de Música, al interpretar los himnos nacional y estatal aumentaron la vibración. Sentir lo que se canta cambia todo. Reconocer en esas letras quienes somos y por qué valemos. Desde la alta tribuna, Cecilia Lugo, bella, luminosa, entonaba visiblemente emocionada las estrofas del canto a Tamaulipas con su mano en el corazón. Enseguida vino la participación de una diputada con una bien leída y estructurada semblanza reiterando las muchas virtudes y reconocimientos nacionales e internacionales en la gran trayectoria de la homenajeada. Motivos de sobra para el galardón.
El momento de mayor significación fue cuando el gobernador impuso la presea Luis García de Arellano a la maestra Cecilia Lugo Cruz. Una Medalla al Mérito que lleva el nombre del muy ilustre liberal del siglo XIX, quien se distinguió por su defensa a la soberanía nacional. Otorgada por el Congreso de Tamaulipas desde el año 2003, la medalla este año reconoce a una de las creadoras vivas más importantes de nuestra altiva tierra. Una propuesta además avalada por el Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes. Al hablar desde el pódium, Cecilia Lugo demostró con creces por qué merece la altísima distinción. Con un mensaje impecable, sustantivo, conmovedor y poético; de esos que muy pocas veces tenemos el gusto de escuchar por acá; la galardonada agradeció recordándonos: “ningún logro es individual, sino que se construye con el apoyo, la guía y confianza de muchas voluntades que caminan a nuestro lado”.
Y siguió diciendo ante el silencio casi reverencial de quienes la escuchábamos: “Celebro que este año esta distinción haya sido otorgada a una persona dedicada al arte…Reconocer a la danza en la figura de una mujer que danza, es algo que nunca pensaron ver mis ojos en mi propio Estado”. El primer estado de la República que le concede una alta distinción a una profesional de la danza, señaló. Sin duda, la pasión distintiva de la maestra Lugo pues inició bailando profesionalmente a los 8 años, a los 17 ya danzaba en Bellas artes como solista y a los 19 ya era parte de la Compañía Nacional de Danza del INBAL.
Por si fuera poco Ceci cursó dos licenciaturas, además nunca ha dejado de estudiar, prepararse y especialmente crear: “también soy mamá y coreógrafa. O sea, creo mundos”. Me consta, porque esos universos creados en toda una vida dedicada al arte, me han provocado indescriptibles emociones en diversos momentos. Recuerdo especialmente el bello homenaje a Cecilia por 30 años de su compañía Contempodanza en Tampico y el emotivo gran homenaje recibido en el emblemático Palacio de Bellas Artes, en presencia de notables autoridades y de un público entregado a su floreciente trabajo en los escenarios.
Destaco especialmente, entre los muchos conceptos plasmados en su mensaje, el de “vivir la vida como un arte”, enseñarles así a nuestros pequeños. Desde Platón, hasta Bauman, pasando por Nietzsche, el arte de vivir ha sido una aspiración humana. Cecilia la retomó magistralmente al recordarnos que “es necesario transformar las referencias de nuestros ejemplos, tomar aquellos que dan cuenta de nuestra riqueza cultural, artística, humana y reproducirlos, enriquecerlos protegerlos”. Al escucharla pensé en lo construido por ella y reafirmé que el arte de vivir se construye con amor, dignidad, integridad y sensibilidad hacia lo esencial, no con lucro, consumo, ni ambiciones desmedidas.
Los párrafos finales de su luminoso mensaje, formaron un nudo de emociones en mi garganta e imaginé a sus padres plenos de orgullo desde el jardín eterno: “Crecí en una familia de artistas…En un país donde la cultura sacude desde sus raíces los sueños, tuve el privilegio de nacer en Tamaulipas, en Tampico…El mar, la arena, las sirenas de los barcos y las peteneras están en mis obras como huella indeleble de que no nací en cualquier parte”. Ay, esa frase debería grabarse como un mantra en todos los tamaulipecos. No nacimos en cualquier parte. Nacimos en Tamaulipas y como Cecilia debemos honrar ese privilegio todos los días.
Hace poco leí que en toda palabra valiosa palpita la celebración y el amparo. Cantamos y danzamos para celebrar las cosas de la vida y para vencer el miedo a la muerte. Ahí radica la fuerza de la cultura. Cecilia lo sabe bien, por eso hace danza como poesía: para afirmar el arte de vivir y celebrar que no nació en cualquier parte. ¡Felicidades querida Ceci! ¡Qué orgullo saberte tamaulipeca!









