En la Edad Media, el poder absoluto era el distintivo de la monarquía, que, además, era hereditaria y determinada por designio divino. Fue hasta la Ilustración que el poder pasó de un individuo al conjunto de la sociedad, con el germen de la democracia que Lincoln vaticinó en Gettysburg: “Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no desaparecerá de la faz de la Tierra”. México transita en estos momentos por la venturosa vía de la democracia constitucional.
Sin embargo, hay un poder absoluto que aún no ejerce a cabalidad el grueso de los mexicanos y por lo mismo están siendo víctimas de la voracidad mercantilista, al margen de la tarea de instancias oficiales que, claro, no pueden estar en todo. Quizá la prestación de servicios sea la mayor evidencia de la irracional alza de precios en sus ofertas. Lo que costaba 250 pesos la semana pasada, ahora se cobra en 300, sin que haya mejoría en la calidad, ni razón para ello.
Se están cometiendo los mismos yerros que dieron al traste con boyante industria turística de los años 70s y 80s, cuando la frontera vivía de fiesta día y noche, con una notable afluencia de visitantes de ambos lados de la frontera: alza de precios, merma en la calidad y abuso en el trato, tanto dentro como fuera de los establecimientos. La absurda respuesta a las quejas era: “Si no le gusta, no venga”. Así fue que, los negocios tuvieron que cerrar; nomás quedan los suspiros.
La estrategia de negocios no se observa en las empresas que buscan altos márgenes de utilidad sin ofrecer bienes y servicios que satisfagan al público consumidor. Lo común es dominar el mercado mediante los monopolios, de tal suerte que, otra vez, si no te gusta, no lo compres. Quizá por ello se mantiene el flujo de consumidores que van al otro lado de la frontera para hacer su gasto; la otra cara es la improvisación y la informalidad en la que no hay garantía alguna.
Contra esas prácticas nocivas y desleales, la población tiene un poder absoluto: el poder del consumidor, que, finalmente, es el más determinante en una democracia. Este conduce a decisiones de compra en las que los consumidores eligen qué productos o servicios comprar en base a una amplia gama de factores como precio, calidad, marca, reputación, sostenibilidad y valores. El poder del consumidor exige responsabilidad, como todo ejercicio democrático.
Así, son necesarias las opiniones y los comentarios para que los consumidores puedan sustraerse a la inducción de patrones de consumo por medio de la publicidad y la mercadotecnia. Compartir opiniones y experiencias a través de redes sociales, foros online y reseñas, influye en las decisiones de compra de otros consumidores, generando un criterio sano en el ejercicio del poder del consumidor. Ello obligará a prestar mejor servicio, a precios más adecuados en el comercio y la prestación de servicios.
Recientemente, con el fortalecimiento de la democracia en el desempeño del poder público, han aparecido los movimientos sociales que utilizan diversas tácticas de presión comunitaria para dar mayor contundencia al poder del consumidor, especialmente los boicots en contra de las empresas que abusan o desestiman los valores éticos. Así, el poder individual se multiplica y se obtienen más y mejores beneficios.
Falta mucho por hacer; pero, ya se está avanzando en la consolidación de la democracia en la economía para que los proveedores entiendan que deben responder con equidad en el momento de satisfacer las demandas de bienes y servicios. Llegará el día en que la población obtenga, mediante el ejercicio del poder del consumidor, satisfactores que sean respetuosos con el medio ambiente, que se produzcan de manera ética y responsable, a precios justos.









